¿Cuándo se jodió todo esto?


Todos sabemos que la realidad supera a la ficción sea cual sea ésta, por lo tanto las novelas, los cuentos, e incluso los ensayos, no me parecen más que una forma estética, acaso una historia, que pretende expresar una idea, un momento, una vida, incluso un deseo. Todo bien, yo mismo he sido partícipe de esa desfachatez: crear para llamar la atención del ingenuo lector (¿Quién más ingenuo? ¿El lector o el creador?) En fin, creo que comienzo a desviarme del tema. La realidad, todos sabemos, ha sido, es y será, una influencia inagotable para crear (Bukowski, Fante, Easton Ellis lo supieron o lo saben) ¿Pero qué pasaría si alguien se atreviera a plasmar en un libro toda aquella realidad que ha traspasado las puertas de sí misma, es decir, superar su propia crudeza, la misma destrucción? Pues Adam Parfrey lo hizo a finales de los ochenta.

La cultura del Apocalipsis es un libro, se podría decir, contracultural. No en la forma que entendemos comúnmente (ejemplo: los poetas beat y su irreverencia en la poesía, o el movimiento punk) si no como algo más sincero, una forma de vida que, en efecto, se opone a la cultura, a la política, a la moral, impuestas o no, no se trata de un libro que habla de rebeldía, si no de una forma de vida destructiva, escabrosa, e incluso autodestructiva, una forma de seguir por caminos, equivocados o no, únicos.

A penas abrimos el grueso tomo de La Cultura del Apocalipsis y nos encontramos con un ensayo sobre la licantropía moderna. ¿Licantropía? Suena como a película hollywoodense, cierto, pero en algún lugar se tenía que hablar acerca de esa gente que se crió entre lobos y aprendió conductas animales (sí, algo así como Tarzán), fotografías de distintos autores que muestran a una pre adolescente en una postura que a cualquiera nos parecería sumamente incómoda, casi como si fuera... un lobo. ¿No están asustados? Terminando el artículo, nos encontramos una entrevista a una tal Karen Greenlee ¿Les suena? A mí tampoco me sonaba pero su nombre (qué lindo nombre, la verdad sea dicha) se me quedó grabado en cuanto terminé de leer la entrevista. Más allá del morbo y la fascinación por la muerte, esta mujer nos explica, con detalles, cómo se lleva una vida consagrada a la necrofilia (sí, follar con muertos), y nos muestra notas periodísticas, e incluso un dibujo hecho por Karen que muestran a una mujer en brazos de un esqueleto envuelto en una capucha, sí, La Muerte. Suena como algo que sólo un desquiciado querría leer, pero, sea cierto o no, uno termina aprendiendo cosas nuevas, por ejemplo, que mientras te montas en un muerto para follártelo, momentos más tarde comenzará a expulsar sangre por la boca. Cultura general... nunca sabes cuándo tu sobrino, tu novio, tu hermano o tu amigo te preguntará si sabes cómo hacer para coger con un cadáver.

Páginas como ésas y otras aun más escalofriantes se pueden encontrar en este libro, como tratados anarco primitivistas que se oponen al arte (sí, no es un texto sarcástico ni satírico, es un texto en contra de todo el arte) o en contra de la ciencia. Textos que proponen que existe un genocidio oculto contra el pueblo africano, o teorías de la conspiración que pretenden hacernos darnos cuenta de que el gobierno norteamericano pretende manipular las inocentes mentes de los menores. En fin, no es una novela de Coelho que puedas leer por la noche antes de dormir, ni un libro que le puedas regalar a tu madre el diez de mayo. Es un libro sumamente desquiciado, un tratado sobre una cultura apocalíptica (¿El Apocalipsis ya ocurrió, y ahora sólo quedan las ruinas? Es, justamente, lo que propone este libro) que se vive lo mismo en Japón que en las cloacas de la Ciudad de México. El mundo se ha terminado, sólo esperemos, pacientemente, sin miedo y, si se puede, con hedonismo, el fin de todo esto entre psicóticos, necrófilos, asesinos seriales, ocultistas o artistas de performance que se crucifican en un Volkswagen.

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